La democracia tradicional de Puerto Rico arrastra un pesado lastre: la pobreza de 62% de los niños puertorriqueños menores de 5 años. Se trata de una pobreza que se esconde tras un asistencialismo gubernamental que la perpetúa. Un asistencialismo reducido a ser una válvula de escape que impide que la olla de presión de la inequidad y la injusticia social explote.

Ese asistencialismo paternalista de una democracia tradicional capitalista, gran parte de cuyos programas asistenciales provienen de Estados Unidos, evita pueda verse la imagen de un niño mendigando en los semáforos, sin zapatos y sucio. Empero, esconde otros males de fondo igualmente inhumanos. La pobreza es sumamente relativa.

Ese 62% de los menores, uno a cinco años que vive ya sea con sus padres o con sus abuelos en Puerto Rico (112 mil abuelos viven con sus nietos) subsisten en hogares que forman parte de la alta tasa de desempleo. Son nuños que se desenvuelven en un ambiente de abandono, inequidad y desigualdad.

El 47% de los abuelos que viven con sus nietos están a cargo de sus necesidades básicas. De estos, el 25% tiene alguna discapacidad y el 58.4% vive bajo los niveles de pobreza.

Esta tasa promedio de seis de cada diez niños bajo los niveles de pobreza, se amplía en ciertas regiones del país y en los hogares monoparentales. El 70% de las madres solteras viven bajo el umbral de pobreza.

Un niño o una niña pobre es un ser humano en desarrollo a quien le falta lo necesario para una existencia digna. Sin embargo, más allá de los recursos económicos, la pobreza afecta otros derechos fundamentales, tanto físico, mental, emocional, cultural, social, familiar o espiritual.

La pobreza impide que un niño tenga acceso a terapias del habla o de otro tipo que necesita para su buen desarrollo en algunos casos, a estudios supervisados, a actividades recreativas, a una alimentación adecuada y a cuidados médicos justos, limitaciones que podrían tener consecuencias de por vida.

En promedio, el 66% de los estudiantes en las escuelas públicas del país son pobre. Pero hay escuelas en regiones del país cuyo nivel de pobreza es mayor. En Culebra, por ejemplo, el 82% de los niños vive en pobreza. Abandonaron la escuela el 35.8% de los estudiantes pobres o 32.5% estudian hasta escuela superior. Sólo un 8.5% de estudiantes que viven en pobreza alcanzan un bachillerato.

Una sociedad que se considere democrática no puede arrastrar ese pesado lastre de inequidad e injusticia.